Ayer me contaron una historia preciosa e inspiradora…
Para poneros en antecedentes me gustaría que cerráseis los ojos y os imagináseis por un momento un pequeño pueblo de la sierra, una sierra cualquiera con bajas temperaturas, de estos pueblos que pasan la mitad de año cubiertos de nieve. Pongamos que hablo de Ávila (España) y para situaros mejor aproximadamente en la primera mitad del siglo XX.
Dos niñas de una humilde familia, todos los años viven la Navidad con mucha ilusión, su familia es muy pobre pero ellas han oído hablar a otros niños que pasan las vacaciones en el pueblo que los Reyes Magos traen sus camellos cargados de juguetes para los niños que se portan bien.
Sus padres les aseguran que ellas son muy buenas pero que tengan en cuenta que su pueblo está rodeado de montañas y de nieve y que no es seguro que los Reyes puedan llegar hasta allí, pero las animan a vivir con ilusión esos días.
La mañana del día 6 de enero, las dos corren al zaguán de su casa y cada una se encuentra como regalo, uno y otro año una mandarina. Un poco desilusionadas porque no hay juguetes escuchan a sus padres contarles que al haber nevado, los Reyes solo han podido lanzar hacia el pueblo objetos que pudieran bajar las montañas rodando y por eso les regalaban mandarinas, un año tras otro.
Esa niña, la que protagoniza esta historia creció, cuando fue adolescente sus padres la enviaron a servir a Madrid, lo habitual en aquella época en las familias humildes…. pero esa ilusión ya había prendido en su corazón. Ella ya era consciente de que la pobreza de sus padres y no la nieve era lo que había impedido que tuviese algún juguete entre sus manos durante toda su infancia. Así que trabajó con gran esfuerzo, ahorró hasta la última moneda de su salario magro y en cuanto pudo se compró un pequeño local en un barrio periférico de Madrid, que ahora cuando han pasado más de 70 años, está en pleno centro… y allí comenzó a poner la primera piedra de su sueño.
Como puedes ver en la fotografía ese local es una juguetería y la protagonista de la historia, Sebastiana, todavía vive en la trastienda. Los juguetes son su trabajo y su vida. Si llamas a su puerta, siempre abre con una sonrisa y a todo el que quiere escucharla le cuenta la historia de la dos mandarinas. Cierra los ojos y cuando los vuelve a abrir se le ilumina la mirada al recordar en voz alta que los niños que en su día miraban con ojos “golosos” su escaparate hoy son médicos, abogados, enfermeros…. y entran a saludarla cuando pasan por la puerta.
¿Y te preguntarás cómo es posible que una nonagenaria pueda seguir trabajando? No es un trabajo, simplemente está viviendo su sueño, rodeada de juguetes.
¿Y tú, ya has puesto la primera piedra para vivir tu sueño?
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